458 – Venga otra vez

Hay algo profundamente atractivo en el concepto de los bucles temporales. En la idea de poder repetir una y otra vez algo que salió mal, sin consecuencias, cada vez un nuevo comienzo, hasta que lo hacemos bien. Las historias con bucles temporales se vuelven estudios sobre elección y destino, de libre albedrío y de las consecuencias siempre inesperadas de nuestras acciones. Fantasías sobre control, lo que creemos que podemos controlar e influenciar y lo que (penosamente exiguo) realmente está, diría Steven Covey, en nuestro círculo de influencia.

Pensemos en Groundhog Day (Hechizo del tiempo, de Harold Ramis, 1993), quizá la más famosa y lograda de ellas. El protagonista vive una y otra vez el mismo día, hasta que consigue “resolverlo”. Lo que significa esa solución es distinto para cada historia, sea esta solución filosófica, trivial o de supervivencia. La repetición lleva implícitas preguntas filosóficas con implicaciones morales, que implican que para “el universo” hay una manera correcta o incorrecta de hacer las cosas. 

Los protagonistas de estas historias, suelen pasar por etapas más o menos similares. Persisten en su comportamiento, reafirmando lo que ya vivieron. Van modificando una y otra cosa para ver cómo esto modifica el resultado. Pierden la esperanza y deciden abandonar la acción, o buscan desesperadamente el cambio. Todas ellas parten de una pregunta que nos hacemos todos los seres humanos…qué hubiera pasado si en lugar de hacer esto, de tomar esta o aquella decisión, hubiéramos hecho otra cosa. 

El bucle temporal, sin embargo, puede ser también el peor castigo, como lo concibió Kurt Vonnegut en Timequake. En esta novela autobiográfica y desconsoladora, el universo entero entra en un bucle temporal de diez años. Pero es un bucle donde todo está destinado a repetirse sin que podamos cambiarlo. Entre 1991 y 2001, los seres humanos repiten sus mejores momentos, pero también los más anodinos. Cometen los mismos errores, viven los accidentes y lapsos de juicio, y reviven la felicidad, el dolor, la aburrición y la culpa, sin poder hacer nada al respecto. 

La premisa del bucle temporal está implícita en la gran mayoría de los videojuegos. Una vez que fracasa, muere o no logra la meta, el jugador debe repetir los mismos escenarios hasta lograrlo. Y suele haber, en estos, una manera correcta de hacerlo. Sin embargo, el bucle temporal, funciona mejor como instrumento narrativo y reflexivo cuando convierte los eventos en acertijos que debemos desentrañar y tienen muchas posibles soluciones. 

Viene a la mente esa frase que suele atribuirse (erróneamente) a Einstein, y que forma parte de los manuales para sobrevivir a las adicciones, aquella que define la locura como la repetición continua de una acción esperando resultados distintos. Esa locura se vuelve sinónimo de la adicción y la adicción va casi siempre implícita en los bucles temporales.

Desde Groundhog Day, el cine y la televisión han explorado esta premisa hasta el cansancio. Pasando por Corre Lola Corre (Tykwer, 1998), Source Code (Jones, 2011), Edge of tomorrow (Liman, 2014), Doctor Strange (Derrickson, 2016), una veintena de películas y episodios de televisión. Entre ellas, quizá sólo Edge of Tomorrow ofrece una justificación satisfactoria a la existencia del bucle. En el resto, debemos entender que este sucedió sólo para que protagonista encuentre la solución, o sea, la manera “correcta” de vivir ese día.

Como homenaje al más famoso de los bucles, el pasado 2 de febrero (día de la marmota), Netflix estrenó Muñeca Rusa (Russian Doll) una miniserie de ocho episodios que se suma a la tradición.

La serie inicia con Nadia (Natasha Lyonne) contemplándose en el espejo del estrambótico baño del departamento neoyorkino de sus amigas Lizzy y Maxine. Es el cumpleaños de Nadia y estamos en medio de la fiesta. Los sucesos de la noche llevaran a Nadia, una programadora de videojuegos, a morir atropellada, sólo para, un instante después encontrarse mirando al espejo en el baño del departamento neoyorkino de sus amigas, con la misma música sonando y la misma persona tocando a la puerta para que se apure (decir esto no es un spoiler, es la premisa de la serie).

Nadia pasa del déjà vu al desconcierto. Repite situaciones y explora alternativas sin conseguir escapar del ciclo fatal. Entre a juego la otra imagen, la que da elmtítulo y se convierte en una clave, la matrushka, esa muñeca que esconde dentro versiones cada vez reducidas de sí misma. 

Otra, está en los espejos, esos que rompió la madre de Nadia al perder la razón en su infancia, y ese con el que se topa en el baño cada vez que regresa a esa fista de cumpleaños. Y es que esta mujer, que parece cómoda en su piel, que vive la vida con desenfado y cierta tendencia a la autodestrucción, en realidad nunca suele mirar hacia adentro.

La serie tiene elementos de comedia, de misterio y de drama, pero todos ellos en función del rompecabezas. Un acertijo lleno de detalles que nos resultarán aparentes si decidimos, como la protagonista, repetir una vez que lleguemos al formidable final.

Esta es una de esas veces que agradeceremos el sistema binge de Netflix, pues esta muñeca rusa se aprecia mejor si reservamos un fin de semana para verla de un tirón. Que toda la reflexión filosófica mencionada en los párrafos anteriores no disuada a nadie, Muñeca Rusa es entretenida, divertida y tan adictiva como las vidas que llevan sus personajes. 

Su mayor virtud está en que no sólo se trata de entretenimiento, ese que sirve para matar nuestras horas perdidas de descanso cotidiano, hay en su concepción una mirada profunda y conmovedora de la humanidad, la solidaridad, la tolerancia, y la idea del otro como un necesario compañero de viaje. Y eso, ya por sí solo, la vuelve una oferta indispensable en la televisión (y el zeitgeist) del 2019.T

Para El Economista, Arte Ideas y Gente del miércoles 6 de marzo del 2019