378 – Martin

Todo lo que me ha sucedido es de valor para mí.

Incluso los momentos dolorosos que suceden y sucedieron.

Tengo uso para ellos en mi vida y mi trabajo.

Martin Landau

Primera Escena: Bela

Bela Lugosi se pone la capa, preparándose. Un joven se acerca con un guión en la mano.

–Señor Lugosi, sé que está muy ocupado, pero… ¿podría tener su autógrafo?

Lugosi sonríe, halagado, complacido.

–Ciertamente – dice con su marcado acento húngaro.

Toma el guión que le ofrece el joven y una pluma. El otro sonríe.

–¿Sabe qué película de usted me gusta más, señor Lugosi? El rayo invisible. Estuvo usted genial como el ayudante de Karloff.

Lugosi, que sonreía, lo medita y hace una mueca.

–¿Karloff?…¿Ayudante?

–¡Jódete! – grita y le arroja el guión. El equipo de rodaje se sobresalta.

–Karloff no merece ni oler mi mierda. Ese desgraciado irlandés puede pudrirse en el infierno, para lo que me importa.

Wood corre hacia Lugosi.

–¿Qué pasa? –pregunta.

–¿Cómo se atreve este imbécil en mencionar a Karloff? ¿Crees que se necesita talento para actuar de Frankenstein? Es todo maquillaje y gruñidos.

–Bela…estoy de acuerdo 100 % – tercia Wood – Drácula…ese es un papel que requiere talento.

–¡Claro! Drácula requiere presencia, está todo en los ojos, en la voz, en la cabeza…

–Está bien, está bien –lo calma Wood – te veo un poco agitado, ¿quieres salir a tomar un poco de aire?

Lugosi se cruza de brazos.

–¡Tonterías! Estoy listo ahora, corran la cámara.

Segunda Escena: Judah

Judah baja las escaleras de su casa. Un relámpago retumba a sus espaldas iluminando el corredor de su casa en penumbras. Habla con su amigo Ben, uno de sus pacientes, un rabino casi ciego.

– A veces cuando hay amor verdadero, y un verdadero reconocimiento del error cometido, puede también haber perdón – dice Ben.

– Conozco a Miriam, sus valores, sus sentimientos, su lugar entre nuestros amigos y colegas – otro relámpago ilumina la sala de de su casa. Judah se detiene frente a la chimenea.

– ¿Qué otra opción tienes si la mujer va a decirle todo? Tienes que confesar lo que hiciste y esperar que te entienda. Yo no podría vivir si no sintiera con todo mi corazón la existencia de una estructura moral con verdadero significado y perdón y algún tipo de poder superior. De otra manera no hay base alguna para saber cómo vivir… Y te conozco lo suficiente como para saber que por lo menos una chispa de esa idea tiene cabida dentro de ti.

Judah permanece en silencio. Enciende un cigarrillo.

– ¿Podrías realmente hacerlo? – pregunta Ben.

– ¿Que opción tengo, amigo? Dime.

– Dale a la gente que lastimaste la oportunidad de perdonarte.

– Miriam no me perdonará. Quedará rota. Me adora. Quedará humillada frente a nuestros amigos. Esta mujer pretende apestarlo todo.

– ¿Le hiciste promesas a ella?

– No. Quizá le di más aire de lo que pensé. Está tan hambrienta emocionalmente…pero es más profundo que Miriam ahora.

– ¿Te refieres a indiscreciones financieras?

– No…quizá hice algunos movimientos cuestionables…

– Sólo tú sabes eso, Judah.

– Ya no lo sé, Ben. A veces creo que es peor que aguantar la cárcel.

– Es una vida humana…¿no crees que Dios te está viendo?

– Dios es un lujo que no puedo permitirme.

– Ahora hablas como tu hermano Jack.

– Jack vive en el mundo real. Tú vives en el reino de los cielos. Había conseguido librarme de ese mundo real, pero de alguna manera me ha encontrado.

– ¿Estuviste con ella por placer, y cuando te hartaste quieres ahora barrerla bajo la alfombra?

– No hay otra solución más que la de Jack, Ben. Sólo presionar un botón y poder dormir de nuevo por las noches.

– ¿Podrás dormir de nuevo?

–….

– ¿Es esto lo que realmente eres?

– No seré destruido por esta mujer neurótica.

– Pero la ley, Judah… Sin la ley todo es oscuridad.

– Suenas como mi padre. ¿De qué sirve la ley si me impide obtener justicia? ¿Es justo lo que me está haciendo ella? ¿Es lo que merezco?

Tercera escena: Martin

El hombre sube al escenario entre aplausos. Viste un smoking oscuro y no puede evitar la sonrisa que le cruza el rostro desde que la niña hizo el anuncio. Se detiene frente al micrófono.

– Dios mío. Qué noche. Qué vida. Qué momento. Qué todo.

Después se cambia los anteojos para leer su lista de agradecimientos.

El sábado pasado, Martin Landau, espíritu vital de docenas de películas y series de televisión, concluyó su misión imposible personal. Tenía 89 años. Dios mío. Qué vida. Qué todo.

Twitter @rgarciamainou

Para El Economista, Arte Ideas y Gente del miércoles 19 de julio del 2017

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