La aparición reciente de dos clásicos de la literatura del siglo veinte en las listas de best-sellers invita a reflexionar sobre el marketing de Hollywood y el poder que tienen las referencias culturales en las noticias. También a preguntarnos quiénes son esos lectores que se acercan a las librerías en busca un ejemplar de las novelas de Fitzgerald y Orwell, lejos de las mesas de novedades, las modas y la oferta habitual de los editores.
Gatsby
El gran Gatsby de Scott Fitzgerald es considerada una de las novelas del canon estadounidense, y para muchos titular de eso que llaman la gran novela americana. Gatsby como muchos otros clásicos se seguía editando y leyendo, aunque buena parte de su público consistiera en lectores escolares.
El estreno de la película de Baz Luhrman (para muchos de Leonardo DiCaprio), puso también a Gatsby en la agenda editorial española. Fuera de los EU los derechos de Gatsby son de explotación libre. De ahí que las librerías lleven un puñado de versiones de las desventuras de Jay Gatsby: as ediciones de Anagrama y Sexto Piso, traducción de Justo Navarro (la mejor en mi opinión), las de Alfaguara (José Luis López Muñoz, traductor), la fea traducción de DeBolsillo de E.Piñas, y muchas más.
En inglés, aunque ha pasado casi un siglo desde su primera edición y 73 años desde la muerte de su autor, la novela no ha entrado al dominio público (posiblemente hasta el 2021). La más reciente edición en rústica de Scribner, reproduciendo el cartel de la película, es la que hizo noticia colocándose en el primer lugar de los libros más vendidos. La edición lanzada el pasado 23 de abril suma más de cuatrocientas mil copias en circulación.
Hasta la muerte de Fitzgerald en 1940, su novela había vendido menos de 25 mil ejemplares. A lo largo del tiempo, sin embargo, se convirtió en el título más confiable y popular de Scribner, y una vez se colocó en las listas, ha permanecido ahí más de 403 semanas, sumando más de 25 millones de copias vendidas en todo el mundo. Estamos hablando de casi medio millón al año. La gran mayoría antes de que nadie hablara de la película, sólo un pequeño número de ellas en formato digital.
1984
Otro clásico que vio repuntar sus ventas en las últimas semanas, es la novela distópica por excelencia: el 1984 de George Orwell, que a partir del reciente escándalo que provocaron las revelaciones de Edward Snowden, vio aumentar sus ventas en Amazon en más de seis mil por ciento en un solo día.
Ni siquiera los más disparatados teóricos de la conspiración imaginan al gobierno secreto del mundo editorial planeando un golpe así. El escándalo que provocó Snowden coincidió con el 64 aniversario de la edición de 1984. Lo cual, fuera de la obvia coincidencia, no hizo más que reforzar el aura profética que siempre ha tenido el futuro orwelliano, particularmente frente a los acontecimientos recientes que equiparan a la NSA con el “gran hermano”.
Estados Unidos dista mucho de ser idéntico a la Oceanía de Orwell, aunque los periódicos soviéticos argumentaran lo contrario desde las épocas de la guerra fría, de acuerdo al interesante argumento de Michael Moynihan en Daily Beast.
Lo cierto es que el repentino furor de estos dos libros no sería tal si no hubieran permanecido en el imaginario popular. No sólo por sus propias cualidades literarias (que sin duda las tienen), sino porque se quedaron en la lista de lecturas obligadas de secundaria del país vecino, y su terminología (“Gran Hermano”, “Orwelliano”) aparece un día sí y otro no en medios y periódicos.
Se puede argumentar lo que sea sobre los problemas de alfabetización funcional, los niveles de lectura y la limitada apreciación o entendimiento que tiene la literatura en las nuevas generaciones de no-lectores, pero lo cierto es que ambas novelas se siguen leyendo en las escuelas, se siguen comprando fuera de ellas, y son referente obligado en la interpretación de la realidad actual. Sea por el control y vigilancia de ese Big Brother, o por la visión desencantada del sueño americano, el dinero y la desigualdad social.
La suerte de estas novelas en el mercado hispano es distinta. No están en la lista de lecturas, editorialmente la oferta es más dispersa, y su valor como referente cultural funciona sólo frente al análisis de la realidad estadounidense y no de la propia. Habría que pensar cuáles de nuestros clásicos, de nuestro canon, han logrado permear el lenguaje mediático de igual manera que sus contrapartes en inglés, pero eso ya es motivo para otra reflexión.
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¿Quién lee clásicos hoy? por Ricardo García Mainou @rgarciamainou http://t.co/azAa17MfrR
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