102 – Mi TV del 2011 (2a parte)

La semana pasada comenté en este espacio algunas de las series televisivas, o quizá debiera decir momentos televisivos, más relevantes del 2011. Recorrimos, The Walking Dead, Parks and Recreation, Community, la fallida renovación de Two and a Half Men, la intensidad de Luther, y la metodología que destaca a Criminal Minds o la espléndida Whitechapel por encima de malos ratos, como el estúpido spin-off Criminal Minds: Suspect Behavior. Sigo ahora con las realidades paralelas que genera la televisión.

Tal pareciera que el espectador de policiales prefiriera dejar la deducción heredada de Poe y Conan Doyle (la BBC nos regaló una actualización bastante interesante de Sherlock Holmes), y concentrarse en el personaje capaz de realizar trucos para salir adelante. En un lado del espectro cabría el acercamiento simuladamente científico de la siempre seductora Lie to me, una de las cancelaciones más dolorosas del año, cuyo Dr. Lightman lee microexpresiones para detectar quién miente y quién no, con infalibilidad irritante. O su versión light: El mentalista, donde se busca un efecto similar con gotas de comedia en la mezcla.

El 2011, nos dejó también una inquietante drama basado en la Twin Peaks de David Lynch: Happytown que sólo resistió ocho capítulos frente a los bajos ratings en el duro mercado estadounidense. Y dos variantes nuevas, un policía “de cuento de hadas” que proviene de una raza de cazadores de monstruos (Grim), y otra capaz de invocar imágenes tridimensionales a partir de su memoria perfecta para revivir cada instante en busca de nuevas pistas (Unforgettable). Los estudios tratando de encontrar modos creativos de replantear el policial de 37 minutos, una fórmula más que probada que requiere sabores nuevos.

Fox se gasta una fortuna en un proyecto espectacular sobre una familia que viaja desde un futuro remoto hasta un pasado aún más lejano en busca de la comunidad perfecta. Se llamó Terra nova, y acumuló efectos especiales nunca vistos en televisión con escenarios naturales y sets delirantes. El proyecto era tan costoso que requería el mayor número de espectadores posible, por lo tanto los ejecutivos de la productora decidieron que debería resultar atractiva para todas las edades y gustos. Subtramas infantiles, adolescentes, juveniles, y hasta adultas. Puede anticiparse el resultado, todo el potencial de la serie hundido en sus ganas de complacer a todos y su falta de malicia, de filo.

El panel de discusión es una de las maneras de crear programación interesante, sobre todo cuando se debate bien y el tema es de actualidad. Desde Es la hora de opinar hasta el soso Primer plano, la televisión nos ofrece docenas de programas similares. A la cabecera suele ir Tercer grado, donde los periodistas que día a día…blah-blah comentan las noticias. Después de varios años, fue a finales del 2011 cuando alguien decidió que hacía falta renovar el programa. Lamentablemente, al estilo Televisa, esa renovación fue únicamente de apariencia, y fue extrañamente presentada en abonos, como si no pudieran aprovechar las vacaciones o una semana en blanco para hacerlo todo de una vez. Se pintó, cambió alfombra, pusieron sillones rojos, cambiaron los fondos y hasta regrabaron los horrendos créditos iniciales y finales, pero el programa es idéntico. Leopoldo Gómez presenta o pide que alguno presente un tema, lo comenta cada uno de los participantes, Carlos Marín se pelea con Denise Maerker, Ciro Gómez Leyva lo desacredita como exagerado; a veces hay buenas puntadas, y otras una interminable repetición de lo que los participantes escribieron ese día en sus columnas.

La mejor muestra de este tipo de programas, y ya lo he dicho aquí, es No Huddle, un panel de discusión en NFL Network, donde cuatro invitados, siempre distintos, aunque alguno sea frecuente, abordan libremente los temas de la semana, corriendo riesgos, respondiendo preguntas polémicas específicas, incluyendo una sección para responder e-mails o tweets preseleccionados del público. Tercer Grado se ha vuelto lento y repetitivo, y no hay excusa para no intentar refrescarlo dejando a un lado la celebridad de sus periodistas, con alguna voz nueva, o recurriendo a la postproducción para revitalizar el ritmo. De por sí, desde hace tiempo, no se transmite en vivo.

Cuando el tema es lo de menos, lo más delicioso es la facilidad de conversar. Es el segundo año de un programa diario de media hora que igual puede discutir sobre la pintura surrealista, los vinos, el club América, la remodelación de la Cineteca, Tarzán, Arreola, Picasso, Paris Hilton o el diseño de modas. Final de partida se vuelve tan refrescante como indispensable. Patán y Alvarado son conversadores eficaces, y cuando no medran sus prejuicios y autoproclamadas amarguras, se convierten en estupendos polemistas y provocadores.

Imposible recorrer la televisión del año y todas las horas que nos robó, en tan breve espacio. Quedan en el tintero, el humor desternillante del Late Show con Craig Ferguson en el desaparecido American Network. Las competencias de canto y baile. Las series canceladas de alto concepto, como The Event. Las infalibles como House MDBreaking Bad, The good wife. Fallas desastrosas como Law & Order L.A. que mudó de personalidad a medio caminoinsufribles series de abogados y médicos; nuevas exploraciones del thriller psicológico como Ringer y Revenge. El Juego de tronos de George R.R. Martin convertido en una superproducción de HBO. Y mucho más, una gran mayoría que ni siquiera pude ver; pero el espacio (y el tiempo, que aunque se pierda a gusto no deja de correr), señala el final.

twitter @rgarciamainou

Para El Economista, arte, ideas y gente del miércoles 8 de febrero del 2011