55 – Certezas y verdades

Los espacios mediáticos son importantes. Se pelean como puntos estratégicos en un combate de trincheras. Una columna en un diario, un noticiero radiofónico, un semanario de denuncia, una oportunidad para opinar en un panel de discusión; deben ganarse a pulso, y después mantenerse cueste lo que cueste.

Podemos criticar a los comunicadores, particularmente a los periodistas de medios masivos, su parcialidad. La facilidad con la que su opinión permea sus reportes, el tiempo que dedican a los mismos, los guiños editoriales, la mano pesada, los juicios de valor.

Ante las críticas, el aludido levantará en alto, lo más que pueda, el estandarte de la libertad de expresión. Se citarán los clásicos del tema, como aquello de “no estoy de acuerdo con lo que dices pero moriría porque puedas decirlo”, frase de retórica idealista, pronunciada en otro país, para otras leyes y filosofía social.

Nos preocupa, particularmente cuando pensamos distinto, que tal o cual persona diga o escriba barbaridades que van contra nuestros principios, nuestra idea del mundo, lo que sabemos funciona, el más simple sentido común. Y es que para muchos, nuestra verdad, es la verdad, y como tal debiera ser inculcada en todas las escuelas del mundo, machacada en los cerebros de las nuevas generaciones en una suerte de revolución cultural, para que vean la luz.

Diferir es una afrenta, se vuelve un atentado a quienes somos, a lo que debería ser el mundo. Es lo que hace la gente poco iluminada, peor aún, la gente con intensiones cuestionables, cuando menos, dispuesta a todo para sacarle ventaja a los demás, especialmente si estos son el pueblo honesto, limpio, ingenuo.

La libertad de expresión sólo existe cuando se puede decir la verdad. En todos los demás casos, se está coartando y debe presumirse la censura. El primer debate, entonces, es decidir quién es dueño de la verdad, momento ideal para un coro unísono de manos levantadas, un lado a otro del espectro: nosotros.

¿Cuál es el peso que tiene en nuestro espíritu tanta certeza? Somos dueños de la verdad, y por lo tanto no podemos equivocarnos, admitir un error sería tanto como decir que somos falibles, peor aún, que nuestro discurso es falible, y que a lo mejor ellos tienen un poquito de razón, y que su verdad no es del todo puras mentiras, sino casi puras mentiras. Es mucho más fácil la certeza. La que da la lucha noble, los ideales puros, el valor frente a la adversidad.

Y entonces nos equivocamos, porque al final somos humanos, y nadie, ni el más convencido de sus ideales, ha conseguido contradecir esa máxima filosófica: errare humanum est. Y si nuestras certezas, el tamaño de la verdad y la lucha que llevamos es más grande que nuestra humildad, no podemos admitir la equivocación, sino señalar al frente, a un lado o al otro: ellos fueron.

Inevitablemente ese rumbo lleva a una segunda equivocación, culpa de aquel, una tercera, son los intereses de grupos de poder, y muchas más, cada vez más difíciles de admitir.

Y es que nuestro público no puede equivocarse: somos la neta. Es más fácil predicar al coro, crear nuestra audiencia, nuestros lectores fieles. Reafirmar juntos nuestras certezas, darle espacio público a la verdad. Y con esa certeza morir en la raya.

Los espacios mediáticos así tienen su valor, eso es innegable. En ellos encuentran eco, voces que de otra manera podrían quedar marginadas frente a la presencia ruidosa de interlocutores de mayor capacidad económica o discursiva. Es perfectamente válido predicarle al coro, encontrar certezas mutuas, reivindicar nuestro derecho a decir lo que pensamos y ser escuchados.

¿Pero es esto la libertad de expresión?

Probablemente en parte. Pero si entendemos que la libertad de expresión es un derecho de todos, no puede existir si pensamos a priori que los demás están totalmente equivocados, porque de ahí a pedir que se callen o los callen, hay una línea muy tenue.

Cuántos suscriben su propio derecho a decir lo que les de la gana, y al mismo tiempo exigen que tal o cual voz sea silenciada. Al final no importan las razones esgrimidas: que si es vendida, que si le dieron chayote, que si responde a los intereses del poder, que si es parte de la oligarquía, que si está a sueldo del gobierno secreto, con las compañías petroleras, las farmacéuticas internacionales, el narco, el judaísmo internacional, lo que se les ocurra.

Resulta mucho más complicado, ya no digamos entender, sino suscribirse a un mundo donde no hay una verdad que conocer y poseer, sólo versiones, acercamientos, hipótesis a las más, argumentos a favor y en contra. Un mundo donde nuestras verdades deben convivir en forma civilizada, y no importa quién tiene el título de propiedad de la verdad, su posesión no está en disputa, ni su legitimidad, es un título que cualquiera tiene el derecho de poseer.

Sería un mundo inquietante, sin certezas, que nos invita a valorar, escuchar a los que piensan diferente, analizar, derrumbar nuestra verdad para reconstruirla sin ánimo de intentar una fortaleza que resista ejércitos invasores. Un mundo más complicado, sin duda, pero también mucho más interesante.

twitter @rgarciamainou

Para El Economista – Arte, ideas y gente – miércoles 23 de febrero del 2011

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