Manifestantes en todo el mundo piden su liberación. Algunos cubriéndose las caras con máscaras improvisadas, recortes de su rostro. Otros con disfraces de V, el terrorista de la película V for Vendetta basada en el cómic de Alan Moore.
Grupos de hackers atacan las páginas de Mastercard y Visa en venganza por el retiro de las mismas de los donativos que recibía su sitio web. Otros se quejan de que twitter les niega el ser reconocidos como un trend. Esa palabra que para los tuiteros quiere decir que básicamente todo el mundo tuitea de un tema en particular.
A través del correo electrónico circulan llamamientos a organizarse, hacer ruido, impedir que sea perseguido y silenciado por eso que todavía algunos llaman el establishment.
Pendiente una acusación por conducta sexual indebida (o un cargo igualmente vago y repulsivo) en las cortes suecas. La semana pasada filtró los detalles de su vida sexual, si usa condón, con quién y si se rompió alguna vez.
En la más reciente votación de la revista Time de quién merecía ser el hombre del año, fue elegido por encima del primer ministro turco, cuadruplicando los votos de Lady Gaga, Steve Jobs, y hasta del mismísimo creador de Facebook (con película y todo).
Se trata de Julian Assange, polémico y joven australiano con 18 millones de hits en google, creador del sitio WikiLeaks.
Originalmente un hacker, y después defensor del software libre, Assange es el más moderno anarquista de los últimos años. Un auténtico activista (para algunos terrorista, para otros visionario) de internet.
Wikileaks, de hecho, existe desde 1999 en que se registró el dominio Leaks.org. Aunque Assange no hizo nada hasta 2006, en que ya con el formato Wiki (que permite la participación de usuarios en la creación de contenido), empezó a filtrar “secretos”.
Assange empezó revelando información sobre asesinatos en Kenia, que le valió el reconocimiento de Amnistía Internacional. Aunque no creó trend mediático hasta que filtró bitácoras de guerra del ejército estadounidense en Afganistán. Lo que lo colocó en una posición sumamente polarizada: aplaudido por miles y condenado por otros tantos, particularmente las estructuras de poder.
La última filtración importante de Wikileaks fue de documentos secretos diplomáticos del gobierno estadounidense. Nada terrible o trascendente, pero sí datos que incomodan profundamente al Departamento de Estado del país vecino: Reportes del embajador estadounidense en Argentina que cuestiona la salud mental de la presidenta Kirchner, reportes de la propia embajada en México que ponen en entredicho la efectividad del ejército en el combate al crimen organizado.
“En las personas como en las naciones, el derecho al secreto ajeno es la paz” parafraseó Héctor Aguilar Camín a Benito Juárez, refiriéndose a las revelaciones del sitio de Assange. “Es imposible vivir sin secretos, como es imposible vivir sin mentiras”.
Assange espera juicio de extradición en Inglaterra, reclamado a Interpol por la policía sueca, por delitos sexuales absurdos que no vamos a detallar aquí.
Para alguna parte de la opinión pública, esta persecución no tiene nada que ver con las escapadas románticas del australiano, sino con la reacción de las estructuras de poder mundiales frente a la afrenta que representa Wikileaks.
Detrás de todo ello hay la idea igualmente liberal y utópica, que defiende la libertad y la revelación de la verdad como ideales que la humanidad debería abrazar. Assange, con esa honda virtual que se ha convertido en la manera más ruidosa de desafiar al poder mundial, es considerado el símbolo de esos valores.
Pero hay elementos inquietantes en las técnicas de la propia Wikileaks, entre ellos la suerte de exclusiva que tienen algunos diarios (The Guardian, El País, The New York Times, Le Monde y Spiegel) para seleccionar con criterios propios y publicar la información antes de que sea revelada para el resto de los mortales.
Para Christopher Hitchens en un despiadado retrato en Slate: “El engaño de la estrategia de Julian Assange es que ha convertido a todos en cómplices en su propia decisión privada para tratar de sabotear la política exterior de los EU”.
Pero hay otras incongruencias, señala José Merino en su columna de Animalpolitico.com: La organización que nació para ‘hacer sonar el silbato cuando exista abuso de poder’, trivializa su propia misión revelando información privada que no sólo no tiene valor público, sino que distrae de filtraciones que podrían ser importantes. Cambiando la relevancia por el ruido, el chisme malicioso por la exposición de corrupción, el caos y la ruptura por encima de la revelación oportuna con vías al debate.
En la mesa de discusión de La hora de Opinar, Aguilar Camín fue contundente: No se puede convivir, tener confianza, ya no digamos trabajar en equipo si todo lo que pensamos y sentimos se ventila. “Se necesitan secretos”.
Al final es válido preguntarse, con riesgo de caer en el viejo cliché de libertad vs. libertinaje, no sólo qué hay de verdad en los documentos expuestos. Sino cuál es la agenda detrás de Assange, sus fuentes, su equipo; y lo que se selecciona para revelarse y lo que no.
Seamos claros, Wikileaks no es un camino a la verdad, la libertad de expresión y el fin de la opresión. Tampoco es un ventiladero de la auténtica ropa sucia que los gobiernos, sí tienen bien escondida. Es el vecino chismoso del edificio, el que cuenta las cuitas de todos y va por ahí dándose aires de defensor de la libertad.
Para el Economista – Arte, ideas y gente – miércoles 15 de diciembre del 2010
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