Los meses recientes han mostrado situaciones que nos llevan a reflexionar si el periodismo como lo conocíamos (o creíamos conocer) está muerto. Una víctima más de la guerra contra el crimen, o simplemente de la malvada globalización, el cambio climático, los avances tecnológicos, el nuevo milenio, internet o quién se les antoje.
Ya no vemos con sorpresa que periódicos de circulación nacional se avienten encabezados a ocho columnas con filtraciones de fuentes anónimas, de testigos protegidos o del WikiLeaks en turno. No hay verificación o reflexión en las posibles consecuencias de llevar los encabezados.
El editorial de un periódico pide línea al narco o conmiseración a la opinión pública. Otro diario nacional es perfectamente capaz de ignorar por completo notas de trascendencia nacional mientras lleva su propia agenda política. Ante cualquier cuestionamiento se invoca la “libertad de expresión”.
En medio de un vacío de credibilidad, gubernamental y mediática, las explicaciones o excusas abundan. Al final, algunos aseguran que ya no es posible hacer periodismo porque:
1. Es muy peligroso hacerlo en México (basta citar reportes internacionales que lo certifican, o la nota roja, primera plana, de cualquier diario).
2. Los editores ya no tienen la paciencia, el tiempo o el dinero para dedicar a un reportero investigador, si es que todavía existen, para que realice un reportaje. Estamos a años luz de Watergate, ya no digamos del toallagate.
3. Frente a la amenaza tangible de internet, los contenidos pasan a segundo plano. Lo único importante ahora es el número de hits que tiene la página. No importa si para conseguirlos se abre la puerta a un ejército anónimo de comentarios de calumniadores y deficientes mentales (Héctor Aguilar Camín, los llamó con benevolencia: pandilleros) que tardan menos en dar click en ENVIAR que en pensar lo que dijeron. Mucho menos si ahora tienen la puerta abierta para opinar e inmortalizarse en la web bajo las palabras del reportero o editorialista.
4. Para los medios es más fácil reproducir boletines que crear contenidos. Crear contenidos requiere pensarlos, abordarlos, cuestionarlos. Cuesta energía, capacidad, y por lo mismo dinero. Reproducir boletines requiere estudiantes que dedicaron su primaria a transcribir monografías compradas en la papelería, o a buscar en google, copiar y pegar el trabajo de otros y hacerlo propio. Es más barato, y parece que funciona, por lo menos hasta que la copia de la copia de la copia empieza a evidenciar el deterioro.
Frente a las escandalosas revelaciones de WikiLeaks, qué periodista ha buscado ir más allá del súperchisme, buscando verificar lo que se dice ahí antes de difundirlo. Para muchos, resulta peor, la decepción es palpable: no todo lo que saca WikiLeaks es noticia de interés público. No todo video en YouTube es confiable. Señores periodistas: no todo lo que sale en internet es verdadero.
5. Las noticias en México siguen presas de eso que hace muchos años fue llamado declaracionitis, y que no es otra cosa que llenar encabezados con lo que dijo uno u otro funcionario. Lo que declaró Calderón al inaugurar un hospital, lo que dijo Jesús Ortega a AMLO, lo que esté respondió. La burrada que algún reportero le sacó a Vicente Fox esta semana. Nuestra prensa está tan acostumbrada a reproducir lo que dicen los políticos, futbolistas y hasta los editorialistas que acompañan cada noticiero, que hasta se cree que eso es noticia, y que da lo mismo si lo que dijo es verdad (y puede comprobarse), si tiene contraste con otra información, si forma un patrón con otras declaraciones, sin es verificable. No importa si es calumnia, acusación de maiceo o simple ingenio. Lo único que importa es que fulanito lo dijo.
6. Si lo publica A. Luego B copia la nota de A, la da por buena y publica como propia. C recopila lo que dijeron A y B, y los menciona como fuentes. D hace un libro de escándalo en Grijalbo o Planeta y menciona lo que dijo C como verdad inmutable. E es un periodista internacional que cita a D y lo proyecta en el extranjero… sigamos hasta Z. ¿Alguien es capaz de regresar hasta A? ¿De verificarlo?
7. Con la abundancia de fuentes de información, tal pareciera que el que más grite será el más escuchado, el más grosero y brutal sea el que más atraiga nuestra atención.
8. Se ha hablado mucho de crear una especie de pacto mediático para abordar la guerra contra el crimen organizado. Se alude lo que se hizo en Colombia, los pactos que han celebrado algunos medios para sobrevivir frente a la violencia. Algunos se suman, otros difieren. Hay quien jamás se sentaría a la mesa con su competencia, desleal o no, despreciable o no, para buscar sobrevivir.
9. Mientras, el abismo entre los medios locales y los nacionales se hace cada vez mayor. ¿Hay quién esté comparando la capacidad de cobertura y contenidos diferenciados entre medios locales y nacionales? Alguien debería.
10. La guerra mediática que se juega hoy es llamar (robar) nuestra atención como sea. Convertirnos en clientes, en lectores devotos, en televidentes que diariamente buscan su dosis de miseria y declaraciones. De pesimismo, de linchamiento, de irresponsabilidad y señalamiento de chivos expiatorios. Ya no se trata de tener más lectores o más rating. Va mucho más allá, se trata de diferenciarse y destacar. De poder mediático.
Sin dar credibilidad a teorías de conspiración sobre una agenda oculta detrás de los medios, el narco, la política exterior norteamericana, Carlos Salinas o lo que se les ocurra esta semana; lo cierto es que ese tipo de cobertura, sí termina construyendo una visión de país, una agenda, un modelo de verdad.
No sé qué es más terrorífico. El pensar que hay un grupo secreto de potentados capaces de manipular todo para beneficiar sus intereses, o pensar que no hay nadie detrás más que el caos. Y que es sólo una suma (o promedio) de las limitaciones, mezquindad, pobreza de recursos, desinterés, avaricia de corto alcance, miedo, mediocridad e incapacidad profesional, la que está narrando, explicando y construyendo nuestra concepción del mundo en que vivimos.
Para El Economista – Arte, ideas y gente – miércoles 8 de diciembre del 2010