37 – ¿Qué historia prefieres?

El rescate de los mineros chilenos, la semana pasada, atrapó la atención de más de mil millones de espectadores, convirtiéndose en un espectáculo televisivo mundial; con la capacidad de convocatoria de diez superbowls. De hecho, podríamos decir que fue el superbowl de los reality shows. “Esto es más que una historia, es un evento global comunitario” dijo Yuen Ying Chan, profesor de periodismo en la universidad de Hong Kong, según CNN.

Como bien señaló Gabriela Warkentin el jueves pasado, en Agenda Pública, el frecuentemente pertinente programa de ForoTv para el análisis de medios de comunicación; el asunto del rescate iba más allá de ser una buena noticia: se trataba de una buena historia, y encima, con un buen desenlace.

Warkentin citó un tweet de Howard Kurtz, analista y gurú de medios del Washington Post: “es la historia mediática perfecta, con peligro, pero un desenlace previsiblemente feliz.” Con visos de reality, sucedió en un sólo sitio, con personajes perfectamente identificables, que se liberan uno por uno, con riesgo de por medio, y además convenientemente aderezada con los ingredientes que suelen vestir las historias más llamativas: amor, drama, peligro, heroísmo, etc.

Para Juan Carlos Enríquez, maestro en psicoanálisis social y psicología de la espiritualidad, e interesantísimo invitado en Agenda Pública; el suceso tiene también una lectura metafórica: del infierno y muerte que es la mina, esa suerte de madre tierra; al rescate, como parto, salvación y un renacimiento. “Es una historia primordial”, dijo.

Llama la atención la efectividad que tuvo la recepción y transmisión de lo que es una buena noticia, señaló José Carreño. Particularmente frente a la idea generalizada que suele regir el periodismo de que siempre tendrá más dispersión una noticia adversa. Siendo lo negativo, el morbo y lo polémico, ingredientes más que efectivos para garantizar el interés masivo y lo que usualmente se considera “nota”, en argot de la profesión.

De hecho, esta nota fue cubierta por un número inusitado de periodistas, que según algunas cuentas rebasaba los dos mil, y sin duda superaba el número de familiares que acampaban en el exterior de la mina. Un ejército periodístico que superó incluso la cobertura que meses atrás había tenido el terremoto que había asolado precisamente a Chile.

La señal oficial que transmitió las más de 24 horas que duró el rescate, incluyó ocho cámaras y un equipo de producción de 45 personas con una sola consigna, no enfocarse en la pobre salud de los mineros. Temiendo cualquier suceso adverso, se contempló diferir la señal, pero el propio presidente chileno Sebastián Piñera se opuso y ordenó que la transmisión fuera en vivo, de acuerdo a El Mercurio.

De cualquier manera, el furor rebasaba las televisoras y la señal oficial, invadiendo las llamadas redes sociales y particularmente twitter, con actualizaciones y comentarios remitidos por usuarios de todo el mundo que seguían los sucesos minuto a minuto.

“Misión cumplida” rezó en español, el encabezado del Washington Post, ejemplar del regocijo que recorrió diarios y conciencias de todo el orbe. Curiosamente, mientras el mundo celebraba, en nuestro país se gestaba una especie de alegría amarga. Al son de voces que decían cosas como quién fuera chileno o vámonos a vivir a Chile, y contrastado por su propio trend humorístico en twitter (#silosminerosfueranmexicanos) parecía de pronto que México era incapaz de contagiarse con esa emoción de orgullo y renacimiento que compartía el resto del mundo con los chilenos.

Para Enríquez es claro: “estamos en una narrativa distinta. No es el tipo de historia que nos contamos ahora, en el momento que vivimos. Lo nuestro es lo apocalíptico, la debacle, la destrucción. Nuestra historia es: la mina explotó, nadie hizo nada, somos un asco.”

Quizá por ello, el foco mediático en nuestro país haya vuelto la mirada hacia la tragedia de Pasta de Conchos en febrero de 2006, y contrastado con dureza el afortunado papel jugado por Piñera en el rescate chileno, con el del entonces presidente Fox.

Piñera se puso su casco, y “disfrazado de víctima” (Enríquez, sic), recibió con un abrazo y una sonrisa a cada minero rescatado, sin robar protagonismo, pero inevitablemente barnizándose con su gesta heroica. Mientras que Fox apenas envió un representante y ni siquiera puso pie en la zona del derrumbe.

Así el amor por la vida y el compromiso moral y social, quedan lejos de lo que parece desdén hacia la vida y evasión de responsabilidad. Poco importa que los orígenes de ambas historias hayan sido muy distintos, y mientras el chileno surgió de la sociedad civil, el mexicano lo hizo de un conflicto institucional entre la empresa minera, su sindicato y el gobierno.

Para Enríquez lo más sano ha sido el llamamiento del Senado para que desentierren los muertos de Pasta de Conchos y se entreguen finalmente a las dolidas familias. “Es la oportunidad para contagiarse del éxito chileno para terminar de curar las heridas propias, y ser capaces de finalmente, dejar atrás el pasado.”

Para El Economista – Arte, ideas y gente – miércoles 20 de octubre del 2010

La versión en la página de El Economista incluyendo comentarios de lectores en: en El Economista online

Artículo de Sergio Sarmiento (15/10/2010) con datos específicos sobre la diferencia entre la mina mexicana y la chilena: Las dos minas

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