Al inicio de su más reciente libro, los hermanos Heath relatan un experimento que se realizó en algunos cines de EEUU. Durante una función de matinée, a cada espectador se le regaló un vaso de refresco y una cubeta llena de palomitas.
Para efectos del experimento, las palomitas fueron fabricadas cinco días antes. Se encontraban en ese estado que recordamos sin nostalgia todos los asiduos a los cines de la vieja COTSA: al masticarse rechinaban contra los dientes. Las cubetas venían en dos tamaños: extra grande y gigante. Todas las cubetas eran pesadas antes de entregarlas y nuevamente a la salida.
La primera conclusión del experimento fue pavorosa. Todos los espectadores comieron palomitas hasta hartarse. No importa si eran grandes o chicos, hombres o mujeres. Todos comieron palomitas caducas. Algunos, eso sí, se quejaron y pidieron la devolución de su dinero, olvidando que se las habían dado gratis.
La segunda conclusión fue más interesante: Los espectadores a los que se les dio la cubeta más grande comieron 52% más que los demás. Nuevamente, no hubo otro factor que influyera: edad, género, hambre. Sólo el tamaño de la cubeta.
El libro de los Heath no es sobre salud o nutrición. Es un texto bastante interesante que se llama Switch: How to change things when change is hard [Crown Business, 320pp]–o sea Switch: Cómo cambiar las cosas cuando el cambio es difícil–, los autores son Chip y Dan Heath columnistas de Fast Company, y expertos en comportamiento organizacional, en Stanford y la escuela de negocios de Harvard, respectivamente.
Los Heath ilustraban uno de los factores que influyen directamente en la manera como solemos abordar el cambio. No importa si es un cambio personal, organizacional o social. A ellos les interesan los factores inherentes al proceso mismo, sin importar dónde se aplique. El libro puede leerse como manual de autoayuda, o como consejos y estrategias de negocios; pero en realidad va mucho más allá de estas clasificaciones comerciales.
Los Heath, como hizo Malcom Gladwell antes que ellos, argumentan con ejemplos específicos de investigación, extrapolando para ilustrar sus puntos y llevar las conclusiones al terreno de sus propias hipótesis.
Basados en la primera conclusión del experimento, tendríamos una tabla de datos para ilustrar cómo la gente come de más. No era por gusto (las palomitas estaban malas), no era por hambre, ni siquiera era la compulsión de acabarse lo que les dieron gratis (nadie se pudo terminar las cubetas).
Un puñado de médicos, sociólogos y psicólogos con los datos, argumentan los autores, empezarían a elaborar una serie de teorías para explicar desde los problemas de salud, la obesidad, la compulsión, la necesidad de autocontrol, el poder del marketing, las asociaciones psicológicas entre lo audiovisual y la alimentación chatarra, etcétera. Se podrían diseñar costosas campañas para conscientizar a la gente sobre el problema, empujarles a una vida más sana con alimentación nutritiva.
Por otro lado, si consideramos la segunda conclusión, dicen los Heath, es mucho más sencillo reducir el tamaño de los contenedores.
Frente a las potenciales campañas de dudosa efectividad y costo elevado, hay una solución más simple. A veces el cambio que se necesita es simplemente situacional. No se trata de revolucionar la conciencia humana, sólo de darles, el equivalente a un bote más pequeño de palomitas.
¿Para qué buscar cambiar las mentes de los individuos, algo que (por cierto) no conseguiremos, si modificando una situación de su entorno sí somos capaces de provocar el cambio deseado?
Los Heath van más allá del pragmatismo, su pregunta toca el paradigma de la estrategia para abordar el cambio, tanto como las motivaciones de quién busca provocarlo.
Me viene todo esto a la mente, cuando leo uno de tantos resúmenes de las propuestas de nuestros candidatos a la presidencia. Podría aplicarse a cualquiera de los temas, pero déjenme centrarme en su acercamiento al problema de la violencia.
Hay varios estudios que sugieren que el mejor acercamiento para reducir los índices de violencia, está directamente ligado a las prioridades policíacas: qué crímenes perseguir más que otros. Qué tipo de delitos merecen tolerancia cero, y qué otros poner en los quemadores de atrás.
Cuando escuchamos a los políticos de siempre (me robo la frasecita de Quadri aunque él también entre en el espectro de esa categoría), vemos que las soluciones, desde el “cambio eficaz”, hasta el “cambio verdadero”, son por demás difusas (si no es que sólo retóricas).
Hablan de campañas de prevención, gendarmería nacional, persecución dura con empatía (lo que quiera decir eso), hasta lo que AMLO llama atacar las causas del crimen: pobreza, desigualdad, el poder de los de arriba (en lo alto), falta de oportunidades, desempleo.
Lo peor de este tipo de soluciones, no es si suenan bien en papel o en la palestra política, lo peor es que no son soluciones. Son listas de problemas aún más complejos que solucionar antes de poder atender el tema de la violencia que ya está aquí hoy, y que básicamente no tiene solución.
Si esperamos que un señor resuelva la pobreza, la desigualdad, etcétera para alcanzar paz en el país, bueno…, no es idealismo lo que sentimos sino ingenuidad.
Si se puede crear un impacto serio con un cambio inmediato en la estrategia situacional, ahí estaría el mandato de todos. Sonará menos llamativo en los debates y mítines, pero ya es hora que alguno empiece a hablar del cambio posible.
twitter @rgarciamainou
Para El Economista, Arte ideas y gente, del miércoles 30 de mayo del 2012