281 – Trayecto legendario

Foto: @rgarciamainou
La divisoria continental – foto: @rgarciamainou

Las excursiones largas, suelen tener pocos momentos de silencio. Llenas con la cháchara interminable del guía o chofer, intentando aprovechar cada minuto para alguna anécdota jocosa, dato histórico manoseado o instrucción para que la siguiente parada dure los minutos requeridos.

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Empire, Colorado – foto @rgarciamainou

La excursión para subir al parque de la reserva nacional de las montañas rocallosas dura poco más de diez horas. La mayor parte del tiempo transcurre en un trayecto de ascenso (o descenso) en el autobús, mientras el guía apunta a las ventanillas de la derecha o la izquierda para que los turistas/fotógrafos con buen pulso capten algo a través del cristal.

La ruta sale de Denver, Colorado (1,609 metros sobre el nivel del mar) y toma una carretera serpenteante que pasa por algunos poblados cada vez más pequeños. Uno de ellos, Empire, es conocido como “la trampa de velocidad”, pues todos los ingresos del municipio son generados por multas de tránsito a los automóviles que lo atraviesan desde la ciudad hasta los centros vacacionales de las montañas. Un pueblo entero que vive de la prisa ajena.

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En la divisoria continental – foto @rgarciamainou

La primera parada importante de la excursión es la divisoria continental, ese punto en la cadena montañosa que baja desde el estrecho de Bering hasta el de Magallanes; desde Alaska hasta la Patagonia. Una línea geográfica, básicamente de carácter hidrológico pues separa las cuencas de los ríos que desaguan al Océano Pacífico de las que drenan hacia el Atlántico (incluyendo el Mar Caribe y el Golfo de México).

Uno de los grandes atractivos de esta ruta en particular es que los caminos de acceso a la divisoria continental y más tarde a la cima de algunas montañas adyacentes, están perfectamente pavimentados y su circulación es segura durante el verano. En el camino está el acceso a algunos de los centros vacacionales invernales más lujosos y codiciados de Norteamérica que durante el verano cambian su perfil ofreciendo actividades para el turista extremo: acampar, el descenso por tirolesa, hang glider, el montañismo o el canotaje por los ríos rápidos.

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Winter Park – foto @rgarciamainou

Entre la plática a veces inane del guía se rescatan historias que despiertan la imaginación. Una de ellas es la de Mary Jane, uno los complejos invernales de Winter Park, que se vuelve una variante curiosa del “sueño americano”. De acuerdo a la leyenda local, Mary Jane era una prostituta que realizaba “favores especiales” (así lo dicen) a los mineros y primeros trabajadores del ferrocarril que cruzaría las rocallosas a finales del siglo diecinueve.

Con el dinero que ganaba sin duda arduamente, Mary Jane compró una de las propiedades que rodeaba la vía. Años después, cuando un delegado de la ciudad de Denver fue enviado a adquirir los parques adyacentes a las rutas, se encontró con que esa tierra tenía dueña. La ciudad terminó comprándola por una suma elevada, lo que permitió a la señora retirarse con fama y cuantiosa fortuna. El centro vacacional abrió en 1975 y sigue llevando su nombre. Considerada una de las montañas de ski más codiciadas y difíciles de la región. Se le apoda en honor a su dificultad y a su leyenda: “No pain, no Jane” (sin dolor no hay Jane).

The Hot Spot Cascades
La librería y su dueña – foto: @rgarciamainou

Otra parada es el casi idílico poblado de Grand Lake: un puñado de casas y negocios de madera, probablemente alimentados por el flujo de turistas, donde también hay una sorpresiva librería. Cascades of the Rockies es una librería independiente que combina una oferta de libros de actualidad, literatura local, infantil y juvenil; junto a artesanías, implementos de cocina y comida gourmet. Una propuesta singularísima y personal que recuerda algunas de las librerías que han surgido en España en los últimos años, como alternativas (y esperanza) durante la crisis editorial y económica.

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Foto @rgarciamainou

Ya en el parque nacional, el camino asciende hasta más de los cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Los árboles reducen su tamaño hasta desaparecer. Hemos cruzado a ese extraño habitat que en primaria nos presentaron como la tundra y asociábamos con osos polares y paisajes desolados. De acuerdo al guía, un sólo pie humano puede alterar su ecología por más de cien años. Está prohibido exceder el perímetro de la carretera, vigilado por guardias forestales.

En la parte más alta, el camino ni siquiera tiene guardas, y los precipicios laterales son kilométricos. El guía bromea sobre su ojo de cristal, mientras miramos por la ventanilla un panorama desconcertante. La tierra como era hace millones de años, un ecosistema casi primigenio, donde la vista del horizonte la constituyen las cimas, más bajas, de docenas de montañas.

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El Stanley – foto @rgarciamainou

En el camino de vuelta, mientras algunos dormitan, el guía toma nuevamente el micrófono para señalar un edificio a la izquierda del camino. Se trata del legendario Hotel Stanley, construido en 1905. En 1974, Stephen King y su mujer Tabitha pasaron una noche en la habitación 217 del hotel. “Estaban listos para cerrar por temporada y éramos los únicos huéspedes en sus corredores vacíos”. Esa noche, King tuvo un sueño que fue la inspiración para su próximo libro. “Soñé que mi hijo de tres años corría gritando por los corredores, mientras lo seguía una manguera de bomberos”. El libro fue El Resplandor y aunque el exterior del hotel dista mucho del Overlook que utilizó Kubrick en Oregón para la versión fílmica, es casi imposible suprimir un escalofrío.

Twitter @rgarciamainou

Para El Economista, Arte Ideas y Gente del miércoles 2 de septiembre del 2015

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